Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1889-1890 (Cortes de 1886 a 1890)
Sesión: 7 de febrero de 1890
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Martos
Número y páginas del Diario de Sesiones: 88, 2445-2451
Tema: Interpelación del Sr. Cassola sobre la solución de la crisis ministerial

No sólo el Sr. Martos ha empezado con grandes dudas en su espíritu respecto del giro que debía dar y del sentido con que debía exponer su discurso, sino que esas dudas se han manifestado también durante toda su magnífica oración; pero al fin y al cabo, el Sr. Martos dudaba entre dar a su discurso un carácter enérgico de oposición, o hacer, por el contrario, un discurso que no pudiera causar daño al Gobierno; porque S.S., como quien perdona la vida al Ministerio, no quería que con su palabra sufriera más quebrantos de los que ya tiene sufridos.

Pues bien; yo tengo que agradecer a S.S. el intento: no hay más sino que no lo ha realizado, porque después se ha dejado llevar por el extremo opuesto y ha hecho al Gobierno la oposición que corresponde a un hombre de la importancia de S.S., y en la forma cortés, discreta y correcta que S.S. emplea siempre.

Por lo demás, S.S. ha hecho cuando ha podido contra el actual Ministerio, siguiendo en esto los rumbos que le han dejado trazados otros de los que se titulan conjurados y algunos disidentes que, con el pretexto, creo yo, de discutir unas cosas que todo el mundo conoce hasta la saciedad, lo que han hecho ha sido combatir al Gobierno, y muy principalmente combatirme. Han venido todos con ese ánimo, se ha inclinado hacia ese lado, marchando por el mismo camino.

Pues bien; yo no quiero pelear ni con S.S. ni con los que le han indicado antes ese rumbo; y no quiero pelear porque no me parece bien. ¿Qué voy yo a decir a aquellos a quienes hace cuatro días he llamado para conciliarme con ellos? Pero si esto no me parece bien, declaro que me parece peor lo que hacen esos conjurados y esos disidentes combatiéndome; porque ¿qué va a decir el país cuando vea que me combaten los mismos que hace pocos días estaban dispuestos a ser, o Ministros bajo mi presidencia, o Ministros bajo mi protección? No está bien.

Además, señores, este sistema lleva al país un desencanto muy grande y un desdén por las cosas políticas, que hace mucho daño para la marcha regular de la gobernación del Estado; porque, después de todo, si yo era tan malo como resulta de vuestras apreciaciones y como resulta de vuestros ataques, ¿por qué queríais conciliaros conmigo? ¿Por qué os sometíais, aunque con ciertas condiciones, a ser algunos Ministros bajo mi presidencia, y en último resultado a serlo bajo mi protección? El país no se explica esto, no se lo explicará, y este es un daño muy grande que yo quisiera que hicierais al país.

Por eso, aunque tengo motivos para pelear; aunque yo podría hacer uso del derecho de defensa, derecho muy natural, no quiero pelear con vosotros. Tendré de vosotros el juicio que considere conveniente, el juicio que me hayan hecho formar vuestros actos, pero me lo callo por conveniencia de mi país y por mi propia dignidad.

Yo declaro ahora, como he declarado siempre, que he deseado la conciliación, y que para que la conciliación se realizase he hecho todo lo posible; y recuerden bien los Sres. Diputados cómo expuse yo la historia de la crisis, cómo expuse la historia y las vicisitudes de la conciliación; recuerden que yo no hice a nadie responsable de que la conciliación no se hubiera realizado, sino que me guardé muy bien de arrojar sobre nadie semejante responsabilidad, y me guardé no menos de atacar ni combatir a ninguno de los que en la conciliación habían intervenido. ¿Por qué? porque, a pesar de haber fracasado la conciliación, yo todavía la quería, y quería hacer todo lo posible para que si por un camino no se había realizado, se procurara realizarla por otros. ¿Cómo se ha respondido a esta actitud mía? ¿Cómo se ha respondido a esta manera de exponer los acontecimientos y de juzgar la conducta de los que en la conciliación han intervenido? Yo no hacía responsable a nadie, y todos se levantan a hacerme responsable y a atacarme. ¿Quién da mejores pruebas de desear la conciliación? ¿Los que de esa manera han procedido, o yo?

Que yo acepté, se dice, la conciliación de mala gana. Pues yo declaro que no acepté la conciliación [2445] de nadie; y debo decir al Sr. Martos que en el asunto de la conciliación he tomado yo la iniciativa; pues aunque S. M. la Reina, por un noble sentimiento, acogió inmediatamente mi iniciativa y tuvo la bondad de seguir mi consejo, porque todo lo que es noble y todo lo que es grande halla siempre acogida en S. M. la Reina, yo declaro que la iniciativa de la conciliación fue exclusivamente mía. Ya lo dije cuando de la conciliación se trataba, pero mucho más he de decirlo ahora que se habla del fracaso de la conciliación, si ha habido fracaso en la conciliación, el fracaso es exclusivamente mío, porque la responsabilidad lo sería en todos los casos, pero lo es mucho más en el caso actual.

Es más; ya que el hecho de haber promovido una crisis sólo por la conciliación y que se dignara aceptar la dimisión de aquel Ministerio, para que por medio de una nueva combinación ministerial se realizara la conciliación; ya que no bastara todo esto, yo declaro que era tal mi deseo de llegar a la concordia, que, por si acaso mi nombre era una dificultad, aun cuando no la hubo (y tengo que reconocer, haciendo justicia a todas aquellas personas con quienes tuve el honor de conferenciar, que no encontré en ellos repugnancia ninguna a entrar en una combinación que con mi nombre y sobre la base de la mayoría diese por resultado la conciliación), yo mismo tuve la honra de proponer a S. M. buscase otro hombre que realizara esa obra, ya que yo no había tenido fortuna de conseguirlo.

De manera que sobre este punto tengo que rogar una cosa al Sr. Martos. Ya sé que S.S., cuando de esto habla, lo hace con muy buen deseo, porque S.S. no puede atribuir a S. M. la Reina más intentos que aquellos que sean nobles, que aquellos que sean beneficiosos para el país; pero yo le suplico que crea que en este asunto, lo mismo en le primer intento de conciliación que en el segundo, soy yo el único responsable, porque he tomado la iniciativa aconsejando a S. M. la Reina Regente, primero, que aceptara la dimisión del Ministerio, para que intentase la formación de otro que produjera la conciliación de todos los elementos liberales; y segundo, que me aceptara la resignación del encargo con que me había honrado, porque, no habiendo yo podido realizar la conciliación, era necesario ver si había algún otro hombre político que tuviera la fortuna de alcanzar lo que yo no pude conseguir.

Que después la conciliación no se realizó. Yo declaro que no he tenido culpa ninguna, que he estado siempre a disposición del ilustre Presidente de esta Cámara para contribuir al fin patriótico que le guiaba; que no le he puesto dificultad de ningún género. Y ya que ha hablado S.S. de la mayoría, refiriéndose a si había en ella cierto disgusto por la interpretación que daba o dejaba de dar al segundo intento de conciliación tal y como se proyectó, le diré que cuando supe que a la alegría de S.S. y de sus amigos, que consideraban aquel acto como una derrota para mí, contestaban mis amigos diciendo que si se había de considerar como una derrota para mí, sólo conmigo querían la conciliación, en el momento procuré enterarme de lo que pasaba, y ciertamente que no tenía la importancia que S.S. le ha dado; todos los amigos a quienes me dirigí oyeron respetuosamente mis indicaciones, y desde aquel instante no volvieron a hacer observaciones ninguna. Pero de todas maneras, si dentro de la mayoría había algún elemento a quien aquella combinación pudiera disgustar, y por pasión, por su vehemencia o excesivo cariño a mi persona hubiera creído necesario combatirla, me habría combatido a mí, y así lo dije al ilustre Sr. Presidente del Congreso en estas palabras: tengo la seguridad de que la mayoría estará a nuestro lado; pero si algunos no lo hicieran, en último resultado, al votar en contra de S.S. votarán en contra mía, que al lado de S.S. he de estar a toda honra y en todos los momentos. No puse, pues, dificultad ninguna.

Luego se rompió la conciliación, y yo diré a S.S. por qué. A mí me parece que, dado lo que ha ocurrido aquí después, dada la actitud de algunas de las personas con las cuales yo quería conciliarme, y sigo queriendo conciliarme a pesar de todo, para algunos de los que habían de conciliarse la conciliación había de hacerse en contra mía; y, por lo visto, aquel ángel tutelar de que habló no hace muchos días el Sr. Silvela sigue protegiéndome de manera tal, que no permite que se realicen en mi daño ni mis propios desaciertos, porque cuando yo no trabajaba todo lo posible para hacer la conciliación, cuando yo no ponía dificultad ninguna para que se hiciera, el ángel tutelar, en la idea de que iba a ser en contra mía, deshizo la conciliación. ¿Cómo la deshizo? Pues como deshacen todos los ángeles las cosas que pueden hacer daño a aquellos quienes protegen. (Risas).

Ya habéis oído: el Sr. Martos ha sido más explícito; yo se lo agradezco. Su señoría dice: soy partidario de la conciliación; quería y quiero la conciliación, pero la conciliación sin el Sr. Sagasta.

Pues eso que S.S. ha dicho con una ingenuidad que le agradezco, es lo que, por lo visto, pensaban muchos que decían otra cosa; al menos así resulta de la discusión. En ese caso, ¿qué hubiera sido la conciliación para mí? Una desdicha de que me ha librado ese ángel tutelar. Yo no he de corresponder al Sr. Martos en la manera de querer la conciliación, y eso que el sistema de las exclusiones es un mal sistema, es un sistema peligrosísimo, porque no hay represalia más irresistible que la represalia de las exclusiones. Declaro que yo mismo, que soy hombre transigente, tolerante, que tengo tanta facilidad para hacer favores como para olvidar agravios, que no tengo en mi corazón espacio alguno para rencor ni encono de ninguna especie, cuando se me excluye me siento tentado a decir: cuidado con la represalia, porque, si me excluye, cuéntese desde luego con la exclusión por mi parte en su día.

Yo quería y quiero la conciliación con el señor Martos, como con todos aquellos que han defendido la obra del partido liberal, porque quiero que juntos acabemos la obra que juntos emprendimos; y lo quiero, no tanto por interés del partido, que por sí sólo sería ya bastante, sino para bien de las instituciones y para bien de la Patria.

Declaro que si S.S. tiene ofensas personales de mi parte, yo podría considerar también haber recibido ofensas personales de S.S.; pero las ofensas personales que S.S. tenga y los agravios que S.S. abrigue en cuanto a mí, como las que yo pueda abrigar respecto de S.S., ni son ofensas ni son agravios que llegan al honor, que es lo único que no puede borrar como amnistía, como esponja que lo desvanece todo, [2446] el patriotismo y el bien del país. ¿Qué importan las ofensas de la clase de las que nos hayamos podido inferir en las pasadas luchas; qué importan los agravios que podamos habernos inferido en el fragor de la pelea; qué importa todo eso ante el interés de la Patria y ante el interés del partido? Basta para que yo olvide en absoluto todas las ofensas y todos los agravios que pueda haber recibido de S.S.; basta para que yo quiera conciliarme con S.S., la consideración de que juntos hemos de poder hacer más que separados y cada cual por su lado. ¿Es que quiere S.S. lo que yo quiero en cuanto a las ideas y a las doctrinas? ¿Es que S.S. quiere que el partido liberal complete su obra? ¿Es que quiere S.S. que se realice esa trasformación que con tanta elocuencia nos ha pintado en la última parte de su discurso? ¿Es que quiere S.S. que venga nueva savia al partido liberal para aumentar la base sobre que se asientan las instituciones del país?

Pues juntos debemos realizarlo; y ante la fuerza que S.S. y yo podamos llevar a esa obra común, ¿qué importan las ofensas y los agravios que en el ardor de la pelea nos hayamos podido dirigir mutuamente?

No se esfuerce, pues, S.S., ni se esfuerce nadie, en hacerme responsable de que la conciliación no se haya hecho. Todo el mundo sabe que no tengo responsabilidad alguna en ello; tengo la seguridad de que la opinión pública así lo ha entendido; pero si os empeñáis en hacerme responsable de que la conciliación no se haya realizado, aunque haya hecho todo lo posible para que se realizara; como, después de todo, considero más como una gloria que como una derrota que la conciliación no se haya realizado, al menos en la forma y con los elementos con que había de realizarse, yo, héroe por fuerza, no tendré más remedio que aceptar la gloria que, aunque inmerecida, me habéis querido atribuir: no me defiendo. ¿Me hacéis responsable de que la conciliación no se haya realizado? Pues acepto la responsabilidad.

El Sr. Martos, que con la habilidad que le es propia da a todos los asuntos, aún a los más triviales, cierto carácter de deleite, ha tratado este asunto de la conciliación de una manera muy agradable para sus oyentes, y suponía S.S. que yo no podía hacer la conciliación porque no tenia fe en ella y porque además no tenía autoridad.

Fundábase el Sr. Martos para creer que a mí me faltaba la fe, en aquellas palabras que yo pronuncié aquí, en medio del desencanto que me había producido el intento fracasado, diciendo que yo la intenté más por la gloria de intentarla que con la esperanza de conseguirla. Claro está que eso lo decía yo después de no haberla conseguido; pero aun cuando lo hubiera dicho antes así, ya sabe S.S. que la conciliación no era fácil, y por consiguiente, que al emprender la obra sabía que emprendía una cosa difícil. Una de las razones por las cuales consideraba yo la obra más difícil, voy a ser franco con el Sr. Martos, era por S.S., por la situación especial en que el Sr. Martos y yo nos encontrábamos; y después de mis primeras tentativas para averiguar en qué disposición se encontraban los espíritus respecto de la conciliación, me convencí de que podía venir la dificultad por parte del Sr. Martos sin culpa de S.S. Créame el Sr. Martos: no era que yo no tuviese esperanza alguna en la conciliación, porque si no, no la hubiera intentado; lo que hay es que yo la consideraba muy difícil.

Por lo demás, yo voy a rectificar sencillamente lo que S.S. ha dicho respecto de mi conferencia con el señor general Cassola. El señor general Cassola y yo hablamos largamente, pero yo declaro que no le hice ofrecimiento ninguno, porque hubiera creído ofender su desinterés, que me manifestó en absoluto y por encima de toda otra consideración, en nuestra conferencia. Palabras del Sr. Martos: pues entonces, ¿por qué contaba S.S. con el señor general Cassola? Pues para la conciliación, porque el señor general Cassola podía haber ayudado a realizar la conciliación sin necesidad de que yo le ofreciera el Ministerio de la Guerra y sin necesidad de que él lo aceptara.

Pues qué, S.S., que no quería la conciliación conmigo, pero que la aceptaba con otro, ¿no estaba dispuesto a aceptarla y a ayudar sin necesidad de venir al Ministerio? Pues eso mismo que hacía S.S., ¿por qué no presume que lo podía hacer también el señor Cassola?

Pero dice S.S.: es que el Sr. Sagasta no tenía deseos de hacer la conciliación, y por eso no se hizo; porque, aunque decía que la quería, obraba como si no la quisiera. Pero a renglón seguido añadía S.S., con una falta de lógica que yo he extrañado mucho en S.S.: la conciliación ha sido para el Sr. Sagasta una novia que le ha dado calabazas. Pues si me ha dado calabazas la novia, es prueba de que la he pretendido, porque si no, no me las hubiera dado. Y tiene razón el Sr. Martos: me ha dado calabazas; no sería la primera que me las ha dado en el mundo. (Risas).

Pero luego añadía S.S.: es que la novia presentaba diferentes caras, y de todas ellas la que menos le gustaba era la del Sr. Gamazo. Declaro que como cara de novia no me gusta nada (Risas); pero como cara de hombre varonil y de entendimiento, me gusta mucho y me seduce quizá más de lo que hubiera convenido a mis propósitos; y no sólo bajo este concepto me gustaba mucho la cara del Sr. Gamazo, sino que la novia con esa cara era la primera que solicité, era la que yo buscaba para después encontrar las otras caras.

Y tanto la quería así, que de algunos que busqué después recibí ciertos reproches porque suponían que yo quería subordinar la conciliación única y exclusivamente al Sr. Gamazo. Hasta ahí di yo preferencia a la cara de novia del Sr. Gamazo. Y pregunta S.S.: pues entonces, ¿por qué no se casó con la cara del señor Gamazo? Yo hice todo lo posible para ello, absolutamente todo lo posible, porque el primero con quien conté fue con el Sr. Gamazo, condición sine qua non para la conciliación.

Llamé al Sr. Gamazo, tuvimos una conversación; me expuso sus ideas, que conoce el Congreso perfectamente, en la cuestión económica, en la cuestión arancelaria y en la cuestión de las economías; hablamos de todas, y al observar yo que pretendía que el presupuesto de gastos se redujera a 750 millones de pesetas, en lugar de los 803 que importa hoy, le hice ver lo difícil de la empresa después de los trabajos que había tenido el Ministerio anterior para realizar las economías que había realizado, porque esos 53 millones de economías que resultaban habían de ser sobre las que se habían hecho por el Ministerio anterior.

Después de decirle yo: ésa me parece empresa imposible, porque usted no sabe, Sr. Gamazo, los [2447] disgustos que hemos tenido para poder realizar las economías que hemos realizado. Yo creo que la enfermedad de mi pobre amigo el Sr. González se debe en gran parte a la lucha que ha tenido que sostener con todos y cada uno de los Ministros para hacer esas economías; pero si usted es más afortunado, sea enhorabuena; yo por economías no he de reñir con nadie; pero le debo advertir que las economías en ciertos Ministerios son imposibles de hacer, o serán insignificantes.

En el Ministerio de Gracia y Justicia no se pueden hacer economías por de pronto, porque todo el presupuesto está concordado y no lo podemos tocar. (Rumores). No me explico esos rumores sino por efecto de una mala inteligencia. La mayor parte; la importante, Sres. Diputados, del presupuesto de Gracia y Justicia, está concordada y no se puede tocar, porque hacer economías como las del chocolate del toro no me parece que es digno, ni hay para qué nos ocupemos aquí de ello. Hablo, pues, de las economías importantes que se pueden hacer en el Ministerio de Gracia y Justicia, y todo eso está concordado. En Gobernación, ¿qué economías se pueden hacer, si tiene ese departamento desatendidos todos sus servicios, y son todos importantísimos?

En el Ministerio de Estado es tan bajo el presupuesto, que apenas si cabe hacer ya economías; no pasa este presupuesto de 3 millones de pesetas; ¿qué economía admite ya? ¿Nos vamos en absoluto a arrinconar? ¿Nos vamos a aislar como las águilas en las rocas? Pues si no es posible que nos aislemos, no se pueden hacer economías importantes en el presupuesto de Estado. ¿Pues qué queda para hacer economías? Los presupuestos de Guerra y Marina. "Si usted, Sr. Gamazo le dije, me encuentra un Ministro de la Guerra, que acepte en su Ministerio las economías que le correspondan de esos 53 millones de pesetas, ése es mi Ministro de la Guerra. Tampoco he pensado en Ministro de Marina; si usted encuentra un general de la armada que acepte para su departamento ministerial la parte que le corresponda de esos 53 millones de economías, ese será también mi Ministro".

De Fomento no he querido hablar, porque claro está que aquí precisamente, cuando se trata de fomentar y ayudar a la agricultura y a la industria, todo lo que se traduzca en economías en el Ministerio de Fomento será contraproducente para la agricultura y la industria; además de que, hoy por hoy, está verdaderamente indotado el presupuesto de Fomento.

Yo tenía siempre la idea de que el Ministro conveniente para Guerra, dado el propósito de la conciliación, y en todas las circunstancias políticas, por sus prendas personales, por sus merecimientos ante el país y por los conocimientos que tiene en la materia, pero, sobre todo en aquellos momentos, yo tenía, repito, la idea de que el mejor Ministro de la Guerra era el señor general López Domínguez. Pero, ¡oh casualidad! cuando yo decía al Sr. Gamazo: "si encuentra usted un Ministro de la Guerra que acepte las economías que le correspondan en esa suma importante que usted quiere, ése será mi Ministro de la Guerra", el Sr. Gamazo me dijo: "hace algún tiempo tuve una conversación sobre esto con el Sr. López Domínguez, y me parece que él tiene un plan, del cual puede resultar una economía notable". Pues hágame usted el favor de ir a verle; entiéndase usted con él, traten de las economías, y yo desearé con el alma y la vida que me traiga la aceptación del señor López Domínguez, porque habré matado dos pájaros de un tiro, logrando la entrada en el Ministerio de la Guerra del señor general López Domínguez, que era lo que yo quería, y además el acuerdo con S.S. para una obra de tanta trascendencia".

En la conversación con el Sr. Gamazo, cuando hablamos de las economías, del arancel y de todas sus aspiraciones económicas, yo no le puse más dificultad sino advertirle que era posible que no encontrara Ministro que se las aceptara; porque además quería él que antes de constituir Ministerio se distribuyeran las economías y cada uno cargara con la parte que lo correspondiera de los 53 millones de pesetas. Yo creí la empresa difícil, pero no le puse dificultad ninguna, hasta el punto de que le dije: "vamos a buscar Ministro de la Guerra que acepte esto, y Ministro de Marina que haga lo mismo". Hablamos también de la cuestión arancelaria, y aquí debe haber un error o de parte del Sr. Gamazo o de mi parte. Yo le dije al Sr. Gamazo antes de hablar de la cuestión económica: "Señor Gamazo, la mayor dificultad que podía presentarse entre usted y yo, consiste en la cuestión arancelaria; pero ahora no es época de tratar de ella, no hay necesidad apremiante que lo reclame; primero, porque realmente no apremia; que tal como están los aranceles, basta para que no entre trigo alguno, y bien lo demuestra el estado de la recaudación de aduanas; pero, además, como la cuestión arancelaria ha de venir forzosamente dentro de dos años, y ha de tratarse respecto de todos los artículos y de todas maneras, no hay para qué ocuparnos ahora de esto". Y le añadí: "en todo lo demás, podemos ponernos de acuerdo". Y aún le hablé de otra cosa: además de la cuestión del arancel, añadí, que no hay para qué tratar ahora, hay la otra relativa al impuesto sobre los intereses de la deuda, que yo creo contraproducente establecer; será, justo, será injusto, todo lo que se quiera; no habrá más remedio que aceptarlo en principio; pero creo que, como conveniencia actualmente para el Estado, es un grandísimo error; porque para llevar 5 millones de pesetas al presupuesto, nos exponemos a que, por la necesidad que podamos tener algún día de acudir al crédito desgraciadamente, mientras no estén nivelados los presupuestos, exponemos, digo, a que esos 5 millones nos cuesten 100 ó 200 millones mañana; me parece una operación desastrosa para el Estado, que no puede proponerla ningún hombre político; fuera de esas dos cuestiones, en las demás vamos a ponernos de acuerdo. ¿Quiere usted en lugar de eso, buscar la base de las utilidades, para que cada cual pague con arreglo a ellas? Pues a hacerlo.

Un proyecto de ley hay presentado en el Congreso en ese sentido. ¿Le parece a usted bien? Adelante. ¿No le parece a usted bien? Pues a modificarlo, o si no, a retirarlo del Congreso para traer otro en ese mismo sentido. La cuestión de cédulas y la de consumos. Ya sabe el Sr. Gamazo que le dije que el Gobierno anterior había hecho una modificación en la contribución de consumos, y que este Gobierno la hacía también para salvar principalmente al pequeño productor.

De manera que me puse de acuerdo con el Sr. Gamazo en todo, absolutamente en todo, menos en la cuestión arancelaria, y yo creo que habíamos convenido en que, de momento, no era de necesidad tocarla [2448]. Pero luego después el terreno de la conciliación se fue deshaciendo y estrechando, y la conciliación quedó reducida única y exclusivamente al elemento importante que dirige el Sr. López Domínguez y a las fuerzas del Sr. Gamazo, y entonces fue cuando en casa del Sr. Montero Ríos expuse al Sr. Gamazo: "la conciliación se estrecha; es una lastima; pero yo no puedo acceder a ciertas exigencias"; y el Sr. Gamazo me contestó con lógica inflexible y que yo le aplaudo: "yo lo siento, porque cuanto menor sea la conciliación, mayores tendrán que ser mis exigencias"; y decía bien, por aquello de que París bien vale una misa. Entonces fue cuando me manifestó que había necesidad de presentar un proyecto de ley de autorización para la revisión de los aranceles; yo le indiqué que eso podía costarles trabajo aceptarlo a algunos elementos de la mayoría; pero que aún así, haría lo posible para que lo aceptasen, no hablándoles de subida ni de bajada del arancel.

En efecto, al día siguiente hablé con el Sr. López Puigcerver; hice todos los esfuerzos imaginables para que el Sr. López Puigcerver cediera; pero el Sr. López Puigcerver me hizo esta observación: yo de esa misma cuestión he hecho cuestión de Gabinete; y ¿cómo ahora, siendo Ministro, la voy a acordar? Lo que puedo hacer en bien de la conciliación, es no ser Ministro, irme a mi asiento de Diputado y no poner dificultad alguna al Sr. Gamazo o al Sr. Maura si vienen al Ministerio y proponen y realizan eso mismo.

Cuando me faltaron los elementos de la conciliación en la forma, en el espíritu y en la extensión que yo me había atrevido a proponer a S. M., ya no me quedaba Ministerio de conciliación; lo que me quedaba era un Ministerio de la mayoría, en que felizmente habrían venido a coincidir en cuestiones económicas escuelas distintas. Todavía intenté yo constituir este Ministerio, porque creía que con esa base podían venir algunos elementos que de la conciliación se habían ido, y el mismo Sr. Gamazo, del cual tengo que decir que ha hecho cuantos esfuerzos ha podido para el Ministerio de conciliación, lo mismo para el primero que para el segundo, se me ofreció generosamente para ver si podía convencer al señor López Domínguez; y más aún, para ver si los demás elementos no atacaban, sino que, por el contrario, ayudaban al Ministerio que se formase.

Sólo cuando supe que habían sido ineficaces los esfuerzos del Sr. Gamazo para realizar estas ideas patrióticas; sólo cuando supe que el Sr. López Domínguez se negaba en absoluto, y que los demás elementos no se conformaban con el Ministerio que se formara, sólo entonces fue cuando creí que no había Ministerio de conciliación con los elementos del señor Gamazo y del Sr. Puigcerver, porque se quedaban enfrente los mismos elementos que habíamos tenido antes.

Por esto ya no insistí más en los trabajos de armonía y de conciliación entre los elementos económicos del partido; ya el Ministerio de conciliación había fracasado, y yo leal y noblemente no tenía más remedio que ir a resignar el encargo que S. M. se había dignado encomendarme.

Aquí tiene explicado el Sr. Martos por qué no se formó aquel Ministerio que S.S. no encontraba, el Ministerio de la mayoría, unidas las fuerzas económicas en que hoy está dividida.

Después vino el Sr. Alonso Martínez. No tengo nada que decir del Ministerio de conciliación que el Sr. Alonso Martínez pretendió formar. Lo único que a mí me importa declarar es, que yo no le puse la más pequeña dificultad, y que, por el contrario, yo exigí a mis amigos, a aquellos a quienes se lo podía exigir por la amistad y por el aprecio que me dispensan, que cedieran más de lo que habían cedido conmigo, y al mismo Sr. López Puigcerver le decía: "es conveniente que en ese Ministerio entre S.S. al lado del Sr. Gamazo o del Sr. Maura, y que ceda S.S. en lo que antes no quiso ceder para mí". Y encontrándole yo severo, vi al Sr. Moret; y como sé la amistad entrañable y la autoridad que el Sr. Moret tiene con el Sr. López Puigcerver, le dije que fuera a ver al Sr. López Puigcerver y le dijera que no reparara en cuestiones de escuela; que en último resultado había sobre el tapete dos grandes dificultades que salvar, y que los hombres políticos debían ser verdaderamente prácticos, procurando salvar por el momento aquellas dificultades y dejando para después la integridad de sus opiniones, y que lo esencial era librar al partido de la crisis en que estaba.

Y hablaron el Sr. Moret y el Sr. López Puigcerver, llegándose a creer que estaban de acuerdo: resultó que no fue así; pero de eso, ¿qué culpa tengo yo? Yo no me atreví a exigir al Sr. López Puigcerver para que entrara conmigo en el Ministerio, lo que quise exigirle para que entrara en el Ministerio del Sr. Alonso Martínez.

Cuando, para aclarar estas dudas que habían surgido, yo tuve la honra de llamar a los Sres. Maura y Puigcerver, y vi que no se podían poner de acuerdo, pensé que el Sr. Moret, tal vez por no tener los compromisos que el Sr. Puigcerver, por no haber hecho en el Parlamento ninguna cuestión de Gabinete como lo hizo el Sr. Puigcerver, podría estar en condiciones de transigir, y le llamé; pero antes de que viniera llegó el Sr. Presidente de la Cámara a decirme que el señor general López Domínguez no entraba en el Ministerio, que para el caso era un elemento esencial, y que, por consiguiente, iba a declinar en manos de S. M. el encargo que había recibido.

Después de esta historia, ¿qué he de decir? Su Majestad me llamó, se dignó encomendarme la formación de un Ministerio con las fuerzas de la mayoría, si no podía ser de otro modo, y eso es lo que hice. He repetido esta historia como satisfacción al Sr. Martos, que, por lo demás, no era necesario que yo la recordara; la sabe todo el mundo, porque esta última crisis es la más transparente que ha tenido lugar en este país, y creo yo que la más transparente que puede tener lugar en país alguno, porque, al fin, antes las crisis se hacían de otra manera. La opinión pública no tomaba en ellas tanta parte y no se enteraba tanto; pero esta crisis se ha hecho a la luz del sol, se ha enterado todo el mundo de cuanto ha ocurrido; no ha habido secretos para nadie.

Así es que, cuando a mí se me quiere hacer responsable de que la conciliación no se haya hecho, declaro que me hace gracia; porque una de dos: o hay que declarar que la luz no es luz, y que es de noche cuando el sol brilla sobre el horizonte, o hay que decir: pues, señor, Sagasta es el hombre más hábil y más listo que hay en la tierra, puesto que ha engañado tan bien a todos que, aparentando querer la conciliación, no la ha hecho porque en realidad no la quería. No; ni eso es posible, ni eso es verdad. A mí [2449] me lisonjearía mucho, porque supondría en mí una habilidad superior a la de todas las personas que han intervenido en la conciliación, que no tienen pelo de tontos.

Y vamos a lo de la autoridad, porque ya se ha visto que tenia fe en la conciliación y que tenía esperanzas y deseos de realizarla.

Pero dice el Sr. Martos: el Sr. Sagasta no ha tenido autoridad, porque no puede realizar la conciliación quien tiene una política de guerra y de lucha. ¡Señor Martos! ¡Pues si la política que yo represento es precisamente lo contrario: es una política de paz y de templanza, y de expansión, y de grandísima libertad!

¡Pues si este país, ¿qué digo este país?, todo el mundo vive tranquilo y confiado bajo la dirección de un Gobierno que se ha propuesto por primera regla de conducta vivir también en paz con todas las opiniones, naturalmente con todas las opiniones admisibles del país y además con todos los hombres y con todos los partidos que las proclamen y las representen! ¡Si mi política es ésta! Y gracias a esta política, estamos disfrutando hace mucho tiempo de una calma en los espíritus y en todas partes como no se ha visto jamás, y como hoy no disfruta en mayor escala ningún país de la tierra. Porque mientras en todos los pasos más normalizados están los Gobiernos acosados, unas veces con huelgas, otras con perturbaciones, otras con conflictos internacionales, aquí vivimos en una paz octaviana. Y hace pocos días, señores Diputados, ¡qué admirable espectáculo! en medio de una crisis política, que alarma siempre los espíritus, en medio de una crisis política, es atacado el Rey de una gravísima enfermedad que pone en peligro su preciosa existencia. ¿Y qué pasa? Pues la crisis se olvida, y de uno a otro extremo del Reino se observa la calma mas completa, sólo interrumpida por la ansiedad que produce el estado del augusto enfermo, y de todas partes surgen manifestaciones de respeto, de simpatía y de fidelidad para su ilustre madre la Reina Regente.

Señores, claro está, todo esto principalmente se debe a las prendas admirables; a las virtudes de la Reina; pero alguna parte ha de tener la política que por lo menos no esteriliza esas grandes prendas y esas relevantes virtudes. (Muy bien).

Pues quien tiene esta política, ¿no ha de ser capaz de hacer una conciliación? ¿No ha de tener autoridad para hacer la conciliación? El Sr. Martos dice: el señor Sagasta valdrá para muchas cosas, pero no vale para hacer conciliaciones. ¡Pues si no hay en el mundo un hombre que haya hecho mas conciliaciones que yo! (Grandes risas). ¿Conoce el Sr. Martos un hombre político que haya conseguido más conciliaciones que yo? Pues si he hecho hasta la conciliación en la cual ha venido S.S., que era muy difícil de manejar, y además muy difícil de conseguir, porque todo lo que vale cuesta, y a S.S., por tanto, me costaba mucho atraerle; pues así y todo, a S.S. le atraje y se hizo la conciliación con S.S.

El Sr. Martos dice que sigue queriendo la conciliación, pero que ya no se hará en las condiciones en que antes se hubiera hecho. Yo creo que sí; yo creo que se puede hacer en las condiciones, y aún mejores, que antes se hubiera hecho. Pero no se haga el señor Martos ilusiones: en el estado en que están las cosas; dado el resultado de la política que he tenido yo en nombre del partido la gloria de haber realizado; dada la situación de las cosas y de la política hoy, créame el Sr. Martos, o no hay conciliación, o tiene que hacerse con la base de la mayoría y con su jefatura, que es la mía. (Muy bien) ¿No se quiere esa conciliación? Pues, hoy por hoy, no es posible otra.

Y si fuera posible, créame también el Sr. Martos, yo no me había de obstinar en ser el que iniciara y dirigiera esa conciliación. Si mi retirada de este sitio y aún de la política realizara la conciliación de todos los elementos, créame S.S., yo lo haría sin sacrificio, que eso a mí no me cuesta sacrificio ninguno. ¿Para qué quiero yo más gloria que la de realizar por completo la obra del partido liberal, y luego irme a descansar, que buena falta me hace, evitando así que pueda venir un fracaso (que los tienen todos los hombres públicos) a quitarme la gloria de haber dirigido el partido liberal llevándole por los derroteros que hasta ahora le he llevado? (Muy bien). Pero es que con eso no conseguiría yo nada, ni S.S. tampoco; porque quizá este organismo, que hasta ahora ha respondido bien bajo mi dirección, si me separo de él no responda tan armónicamente como es necesario para que la conciliación se realice.

Pero si S.S. me convence de lo contrario, ¡ah! para mí ¿qué cosa mejor? Venga S.S. a este puesto, venga otro, venga el que pueda acabar la obra cuya realización me niega S.S., y me la niega por falta de autoridad.

Por lo demás, yo debo decir a S.S. que tengo tal fe en mis ideas, tal fe y tal esperanza en la realización de mis propósitos, que yo, claro está, mientras la reconciliación del partido liberal no se verifique, he de ver con gran sentimiento la separación de elementos tan valiosos, he de ver con gran pena las disidencias que hay en el partido liberal; pero al fin y al cabo, no la he de mirar con grandísima extrañeza, porque todos los partidos, no sólo los partidos liberales, sino todos los partidos, han tenido disidencias, y todos los hombres políticos, aun los más importantes, las han sufrido. Disidencias tuvo el general Narváez; disidencias tuvo el general O'Donnell; disidencias tuvo el general Prim; disidencias ha tenido el ilustre jefe del partido conservador, Sr. Cánovas del Castillo. Pero ¿qué ha resultado de esas disidencias? Todas se han desvanecido como el humo; lo único que ha quedado es lo que esas ilustres personas realizaron, ayudadas por los amigos que constantemente les fueron leales y fieles. (Muy bien). De las disidencias no ha quedado nada; pero ha quedado la obra que realizaron al frente de sus partidos esas ilustres personalidades.

Pues con esta disidencia, si desgraciadamente continuara, sucederá lo mismo: se desvanecerá como se desvanecieron aquéllas, y quedará el nuevo Estado de derecho fundado por el partido liberal.

De manera, Sres. Diputados, que con mucho sentimiento mío veo la separación de hombres importantísimos que tantos y tan valiosos servicios podían seguir prestando a su partido; pero, al fin y al cabo, con mis amigos, con los amigos fieles y leales que me restan, procuro cumplir honradamente todos los compromisos que contraje en la oposición y en este banco; y mientras cumpla honradamente todos esos compromisos, puedo ver con tranquilidad, aunque con disgusto y con pena, toda disidencia y toda injusticia. Porque, después de todo, si con vuestra ayuda y [2450] con vuestro patriotismo llegamos a conseguir la terminación de nuestra obra, el partido liberal podrá decir al país: ahí tienes mi trabajo; me ha costado mucho tiempo y muchas dificultades realizarlo, porque no sólo he encontrado los obstáculos naturales que me han puesto mis adversarios, sino que también he tenido que luchar con las dificultades que me han creado algunos de mis amigos, en mi opinión aconsejados por la pasión, que lleva a dejarse guiar, más que por el interés de la Patria, por cuestiones de amor propio, por intransigencias invencibles que no deben tenerse en cuenta ni existir para nada cuando se trata de lo que conviene a las altas instituciones y al bien del país. (Aplausos). [2451]



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